Llegó sin avisar y sinceramente su visita no era bienvenida. Ya estabamos cansados y no queríamos compartir nuestra ya agotadora rutina con alguien tan extravagante como esta desconocida. Su rostro estaba angustiado, y nos miraba con odio, casi como si su tristeza fuese culpa nuestra.
Entró y se sentó en uno de los sillones, y nos dio la sensación de que conocia la casa por completo. Habló con sinceridad y confianza, sin perder su mirada angustiada, como si fuese una más de la familia. Le preguntamos que edad tenía, y contestó sorprendida, como si tuviesemos que conocer esa información.
Yo no entendia bien qué estaba pasando. Esta mujer nos trataba como si efectivamente la conocieramos, como si algo le debiésemos. Traté de entender a que se refería cuando decía que no la conocíamos (ya que efectivamente no la conociamos), pero no pude captar la idea.
Estuvimos hablando la tarde entera, y le pregunté acerca de sus intereses y metas en la vida. Me contaba sin ganas y parecía ofenderse con cada pregunta que le hacía, como si tuviese yo que conocer las respuestas.
Le pregunté si acaso quería ser ingeniero, ya que me había contado que tenía intenciones de entrar a la universidad, y una gruesa lágrima corrió por su mejilla. Supuse que no iba por el lado correcto, asi que decidí cambiar el tema. Le pregunté por su salud, ya que llevaba consigo un pequeño pastillero plateado, y otra lagrima corrió por su mejilla. No entendí nada de lo que esta desconocida quería decirme, ya que cuando le pregunté por sus hobbyes gritó muy fuerte y tiró la pequeña libreta que llevaba consigo lejos.
... Yo no sabía nada de esa extraña. Luego de tirar su libreta, describió a su persona por completo: me dijo cada detalle de su personalidad y me enumeró sus sueños y metas, brillándole sus ojos. Aún así, seguía sin saber quien era. La desconocida lloró, lloró a mares al notar que yo no la reconocía...
Cuando yo ya no aguantaba más el ambiente cortante y triste, decidí preguntarle su nombre, cosa que tal vez tendría que haber hecho mucho antes.
Cuando me lo dijo, supe que efectivamente la conocía... Pero, sólo conocía su envoltorio. Sentí pena y angustia, y me incliné hacia la pequeña libreta que yacía en el suelo de mi casa. Tenía muchas fotos, y en todas aparecíamos juntos. Se notaba que los años habían pasado, se notaba que ella había crecido y que yo había envejecido.
Al cerrar mis ojos, una lluvia de recuerdos se apoderó de mi alma...
Ahí estaba, estaba la niña diferente, la niña enferma, la niña que quería cambiar el mundo...
Ahí estaba, estaba la niña que lloraba mirándome a los ojos, odiandome a los ojos.
Ahí estaba la niña que ha vivido 17 años bajo mi techo.
Ahí estaba mi hija, mi hija desconocida.
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Triste y punzante es la verdad.
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