Anoche, asistí a tu funeral.
Te veías distinto, te veías radiante. Algunos lloraban, otros reían. Lamentablemente, yo estaba al lado izquierdo de tu ataúd, estaba al lado donde todos lloraban y lamentaban tu muerte. Yo sabía que esto iba a pasar, al fin y al cabo, todos terminamos bajo tierra. Pero nunca pensé que tu hora llegaría tan pronto, nunca pensé que llegaría en mi presencia.
Tal vez tendría que haber ido a la terapia que habías recomendado, tal vez tendría que haber redecorado la casa antes de tu muerte, ya que sabía que vendría y que tus vestigios quedarían repartidos por todo nuestro suelo. Tal vez tendría que haberme ido con ese otro que inventaste producto de tu agonizante esquizofrenia, o tal vez tendría que haber guardado silencio esperando que llegase tu muerte, quedándome tranquila sin tratar de evitarla porque, simplemente, la muerte es inevitable.
Después de tu funeral, me reuní con aquellos que lamentabamos tu muerte y, tras horas de reflexión, llegamos a la conclusión de que no valía la pena llorarte; te veías distinto, te veías radiante.
Nos secamos las lágrimas de los ojos, cambiamos el color de nuestras ropas, y nos cambiamos al lado derecho de tu muerte, ese que ríe y goza con tu deceso...
Tal vez en un principio tendría que haberme dado cuenta que el llorarte sería en vano, aunque tu ataúd se hubiese inclinado hacia un lado, aunque hubiese atropellado mis principios, aunque hubieses atropellado tus principios; porque te veías distinto, te veías radiante.
jueves, mayo 17, 2007
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